jueves, 23 de febrero de 2012

TA2.2

Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo nacio en Quito, Ecuador el 21 de febrero de 1747 y falleciĆ³ el 27 de diciembre de 1795. Fue un prominente investigador cientĆ­fico, mĆ©dico, escritor, abogado, periodista, pensador, quiteƱo ideĆ³logo polĆ­tico y considerado en Ecuador prĆ³cer de la independencia.

SegĆŗn la leyenda romĆ”ntica, fue hijo de un indĆ­gena quechua, Luis Chuzig (lechuza), procedente de Cajamarca de una familia de picapedreros, quien se instalĆ³ en Quito como asistente del sacerdote y mĆ©dico JosĆ© del Rosario. Su madre, Catalina AldĆ”s, era una mulata nacida en Quito.1 Al contrario de lo que se piensa Luis Chuzig, no solo fue un simple picapedrero o asistente de JosĆ© del Rosario, fue ademĆ”s y por sus propios medios un indio culto, que aprendiĆ³ a leer gracias a la ayuda de Don Luis BenĆ­tez de la Torre, Cura y Vicario de Cajamarca, quien a escondidas, instruyĆ³ a Luis "Chuzig", ya que en esa Ć©poca era prohibido, que los indios sepan leer, y este en agradecimiento utilizĆ³ el apellido "BenĆ­tez", mismo apellido con el que contrajo matrimonio con Catalina AldĆ”s. El origen de apellido "Santa Cruz y Espejo" no estĆ” aun esclarecido, pero se cree, que fue impuesto por algĆŗn espaƱol, ya que en esa Ć©poca, todos los indios evangelizados, se les asignĆ³ nombres y apellidos cristianos.2 Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, aprendiĆ³ sus primeras letras en casa de sus padres y luego, supuestamente, en una escuela catĆ³lica para niƱos pobres. Sin embargo, existe controversia sobre el origen del sabio quiteƱo, pues existen documentos que comprueban que el nombre familiar de Espejo, lo llevaba ya el padre de Eugenio, quiteƱo, e incluso su abuelo, espaƱol. Es mĆ”s, la inscripciĆ³n de nacimiento de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, estĆ” dada como tal, y ubicada en el libro de blancos, hecho imposible de consumar para un indĆ­gena, por influyente que fuera, ya que el sistema de castas de la Colonia lo prohibĆ­a explĆ­citamente. Pero tambiĆ©n, podrĆ­a existir evidencia que MarĆ­a Catalina AldĆ”s Larraincar o Larrinzar, no era mulata, sino de origen espaƱol hecho del que se valieron sus padres para poder inscribirlo en uno de los mĆ”s prestigiosos colegios de Quito "El Colegio de San Luis" para el efecto, MarĆ­a Catalina AldĆ”s, presentĆ³ su partida de nacimiento.2 Por otro lado, una vez inscrito desde muy temprana edad en colegios exclusivos de la aristocracia quiteƱa, llego a ser electo representante de sus compaƱeros en varias ocasiones. De esta Ć©poca data su probable y Ćŗnico retrato conocido, en compaƱƭa de su clase.

SegĆŗn algunos historiadores que defienden la historia romĆ”ntica de Espejo, a Ć©l le fue muy difĆ­cil abrirse paso dentro la clasista sociedad colonial, pero consiguiĆ³ doctorarse en medicina en 1767 y poco despuĆ©s tambiĆ©n en jurisprudencia y derecho canĆ³nico. Dentro la sociedad quiteƱa se convirtiĆ³ en el eje de la vida cultural y propagador de ideas progresistas, con un considerable apoyo por parte de la aristocracia criolla. En 1779 publica su primera gran obra, El Nuevo Luciano de Quito una crĆ­tica terrible a todos los problemas y deficiencias de la vida cultural en la Real Audiencia de Quito. Fue acusado de ser el autor de un texto que aplaudĆ­a el levantamiento de TĆŗpac Amaru y Tupac Catari. Su activismo cultural acabĆ³ enfrentĆ”ndolo a las autoridades, que lo procesaron en la capital del virreinato, BogotĆ”, pero este hecho contribuyĆ³ a aumentar aĆŗn mĆ”s su prestigio; ya que saliĆ³ libre de todo cargo.

Hijo de un indio cajamarquino, que habĆ­a llegado a Quito como paje de un fraile y de una mula­ta cuya madre habĆ­a sido esclava de otro reli­gioso. Ni siquiera poseĆ­a apellidos propios. Los de sus padres, que Ć©l recibiĆ³, eran apelli­dos adoptados. El indio se hacĆ­a llamar Luis de la Cruz Espejo. La mulata, Catalina Aldas y Larraincar. Alguien que quiso denigrarlo, un cura del poblado de ZĆ”mbiza, le echĆ³ en el rostro la humildad de tal origen, y dejĆ³ asĆ­ es­te chisme para la posteridad: "es constante que su padre, Luis Chuzhig por apellido y mu­dado en el de Espejo, fue indio oriundo y na­tivo de dicha Cajamarca, que vino sirviendo de paje de cĆ”mara al Padre Fray JosĆ© del Ro­sario, descalzo de pie y pierna, abrigado con un cotĆ³n de bayeta azul y un calzĆ³n de la misma tela".

El antiguo peĆ³n de Cajamarca puso todo empeƱo y apti­tud en convertirse en cirujano de aquel centro de salud. De lo que hay que hablar con admiraciĆ³n es mĆ”s bien de la manera con que educĆ³ y formĆ³ a su hijo Eugenio Francisco Xavier. Batallando con circunstan­cias desalentadoras, aflictivas, estimulĆ³ tem­pranamente las facultades intelectuales de Ć©s­te. AlimentĆ³ su vocaciĆ³n mĆ©dica, originada sin duda en el ambiente del hospital, en don­de el pobre vĆ”stago indio pasĆ³ los aƱos de la niƱez y la adolescencia. Y cuya culminaciĆ³n no fue solamente la de un tĆ­tulo de doctor en medicina, sino la de la forja de una sĆ³lida per­sonalidad de investigador. Ella estĆ” explĆ­cita en el mejor de sus libros: "Reflexiones acerca de las viruelas".

Aquel hijo de indio y de mulata, desti­tuido hasta de apellidos propios, debiĆ³ sopor­tar la adversidad de un medio que discrimi­naba tercamente los grupos sociales siguien­do los prejuicios de la sangre y el dinero. A veces usaba nom­bres supuestos para firmar sus libros. No podemos suponer cĆ³mo fue el aspecto verda­dero de tal hombre. Su fisonomĆ­a y su figura. Aun a pesar del breve autorretrato que Ć©l es­cribiĆ³. Los Ć³leos y bronces que ahora preten­den mostrarnos su imagen son una pura in­venciĆ³n del artista.

Eugenio Francisco Xavier Espejo no pudo menos que sufrir el conflicto psicolĆ³gico que eso produ­cĆ­a. Se lo advierte en sus actitudes y confesio­nes. Intentaba hacer valer el abolengo espa­Ć±ol de los fallidlos Aldas y Larraincar de su madre, sin querer recordar que Ć©sos fueron apellidos adoptados. O pasados ya diez aƱos de la apariciĆ³n de "El Nuevo Lucia­no de Quito", el Presidente de la Audiencia JosĆ© de Villalengua y Marfil todavĆ­a lo juzga­ba acremente, diciendo que contenĆ­a "sĆ”tiras a sujetos muy conocidos y de clase muy dife­rente a la de Espejo". ¡Siempre la torpe acusa­ciĆ³n a la humildad de su origen! Y en 1810, quince aƱos despuĆ©s de su muerte, las autoridades espaƱolas seguĆ­an recordĆ”ndolo con amargo resentimiento. A un hombre de aquella condiciĆ³n social, determinada por la pobreza de su origen, que ademĆ”s se atrevĆ­a a opinar con desenfado crĆ­tico sobre el estado de las colonias, tenĆ­an las autoridades que hacerle vĆ­ctima hasta de un desdĆ©n pĆ³stumo. Y asĆ­ su defunciĆ³n fue registrada en el libro de indios y negros que mantenĆ­an aquellos feroces guardianes de castas y de clases.

El doctor Espejo tambiĆ©n soportĆ³ cĆ”rceles. Fue tratado como un "facineroso". Se tratĆ³ de confinarlo en las selvas con pretexto de una expediciĆ³n cientĆ­fica. Se lo enjuiciĆ³ haciĆ©n­dole responsable hasta de hechos y papeles que nunca se comprobĆ³ que le eran realmen­te imputables. El aclarĆ³ su posiciĆ³n sin cobar­dĆ­a. ReconociĆ³ la paternidad de libros de que se enorgullecĆ­a. Tuvo que ir a defenderse ante el propio Virrey, en BogotĆ”, en donde estableciĆ³ amistad con dos jĆ³venes colombianos que habrĆ­an de honrar a toda HispanoamĆ©rica como Anto­nio NariƱo, el primer traductor en lengua cas­tellana de la DeclaraciĆ³n de los Derechos del Hombre, y el cientĆ­fico Francisco Antonio Zea.

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